viernes, 18 de julio de 2014

"El legado Prerrafaelita: Arte y Diseño británico"


 Como herederos artísticos del "Arts & Crafts" a la Fundación no le pasan desapercibidos acontecimientos históricos y culturales que pongan de manifiesto este legado de lirismo, simbolismo y creatividad. Por este motivo hoy nos hacemos eco de la muestra que recoge el Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Esta exposición reúne una treintena de objetos de todo el museo y de colecciones privadas locales más destacadas para la segunda generación de los prerrafaelistas, centrándose en las figuras claves Edward Burne-Jones, William Morris y Dante Gabriel Rossetti.

Pinturas, dibujos, muebles, cerámica, vitrales, textiles, e ilustraciones de libros a partir de la década de 1860 a través de la década de 1890, muchos se unieron por primera vez, demostrar el impacto perdurable de los ideales prerrafaelistas como fueron adaptados por diferentes artistas y desarrollado a través de una gama de medios de comunicación. En un momento de renovada apreciación por el arte de la era victoriana, la instalación dirige la atención hacia participaciones fresco poco conocidos de la Metropolitana en esta importante área.


Influenciado en gran medida por los escritos de John Ruskin, gran defensor del movimiento Prerrafaelita, Félix Granda encontró en sus ideales y en el pensamiento que Ruskin y William Morris habían desarrollado en torno a la artesanía el sustrato sobre el que fundaría sus Talleres de Arte. 

miércoles, 16 de julio de 2014

La pieza del mes: 100 años de la custodia de la Adoración Nocturna de Madrid


Custodia para la Adoración Nocturna de Madrid - 1914. Talleres de Arte - Director Félix Granda. Archivo Fundación Félix Granda.

Cien años atrás, en el Madrid del mes de julio de 1914, en los días en que llegaban las noticias lejanas sobre los sucesos que pronto desencadenarían la Gran Guerra en Europa, tenía lugar en los jardines de los Talleres de Arte de don Félix Granda y Buylla una agradable fiesta veraniega. El motivo de la reunión era la entrega de las joyas y metales preciosos que la Adoración Nocturna había recabado para construir una custodia, y que se contarían y fundirían a lo largo de la tarde ante los asistentes.

La descripción del histórico momento que hizo "El Siglo Futuro", en sus páginas del 6 de julio, es particularmente evocadora. El corresponsal, que asistió personalmente al evento, traslada al lector a aquel palacete, el Hotel de las Rosas, situado en el Paseo Izquierdo del Hipódromo, de tal manera que parece que cruzamos junto con los demás invitados el umbral de la verja que da paso al frondoso jardín. Prácticamente recién instalada, los invitados encuentran al entrar la fuente que perteneció a Francisco de Goya, y que Félix Granda adquirió en 1913. Quizá, dentro de la casa, esperan ya D. Miguel Bosch, el último de los fundadores de la Adoración Nocturna que seguía con vida, y el notario, el Sr. Arizcun, que levantaría acta de la entrega. D. Félix Granda, sus hermanas y su madre reciben a los recién llegados:

"Invitados por nuestro buen amigo don Andrés Maldonado, tuvimos el gusto de asistir ayer tarde á una hermosa fiesta celebrada en los Talleres del Arte, instalados en la casa del gran artista D. Félix Granda y Buylla, simpático y virtuoso sacerdote que los dirige.
La Adoración Nocturna (sección de Madres) abrió una suscripción para construir una Custodia, y fueron muchas las personas que para tal fin regalaron joyas y monedas de oro. La fundición del precioso metal de todos estos donativos, presenciada por el notario Sr. Arizcun, fué la causa de la fiesta de ayer, á la que concurrieron numerosas y distinguidas personas. 

Uno de los concurrentes era el único superviviente de los siete fundadores de la Adoración Nocturna, D. Miguel Bosch."

Entrada al Hotel de Las Rosas, sede de los Talleres de Arte, desde el Paseo Izquierdo del Hipódromo (hoy Agustín de Bethancourt). C. 1910. Archivo Fundación Félix Granda.

La entrega y fundición de las joyas debió estar cargada de emoción, incluso revestida por cierta solemnidad. Pesadas, con toda seguridad, en la antigua balanza que aún hoy se conserva en los pasillos de nuestra institución, reunían entre todas 4,818 kg de oro, y fueron fundidas separadamente de las monedas de oro. Dos cadetes de Infantería, los señores Pedrero y Terán, fueron los encargados de arrojar al horno las alhajas, que tardaron 45 minutos en quedar convertidas en dos lingotes, "que pasaron de mano en mano de los circundantes". El corresponsal prosigue la descripción con gran detalle:

"Se inventariaron después las monedas que eran: cinco de 100 pesetas, 41 de 80, una de 50, nueve de 40, 206 de 25, 57 de 20, 77 de 10, cuatro de 12,50 y 42 de cinco, más las 20 monedas de cinco duros, primer donativo recibido. 
Estas monedas fueron llevadas al csisol por todos los asistentes, siendo la primera depositada por el general del Bosch.

Cuando terminó la fundición da todo el oro entregado se pesaron los lingotes, que dieron un peso total —joyas y monedas— de 8 kilos y 643 gramos, cantidad de oro que, según afirmaba el fundidor, jamás había llegado á fundir él de una vez, ni cree que se haya fundido nunca en España, de no ser en la Casa de la Moneda.
Al verter el oro del crisol en el molde, el presidente de la Adoración pronunció un «Alabado sea el Santísimo Sacramento», al que todos los asistentes, descubiertos, respondieron con un «Por siempre
sea bendito y alabado»."
Las donaciones, sin embargo, no habían finalizado, recibiéndose en aquel momento "un estuche que contenia una cadena de oro, una gruesa amatista, alfileres de brillantes y otras piedras y alhajas que se valuaron en unas diez mil pesetas", acaso aportación del propio anfitrión y su familia. En total, se había logrado recabar en metálico treinta y siete mil pesetas, además de alhajas y piedras preciosas cuyo valor se estimaba en sesenta y tres mil pesetas.

Finalizada la fundición, los asistentes recorrieron los edificios que conformaban los Talleres de Arte, como era costumbre que hicieran todos los que visitaban la empresa, finalizando con una merienda en el frondoso jardín:

"El Sr. Granda, en cuyos talleres trabajan 120 obreros, á los que personalmente dirige, enseñó después la hermosa casa y los talleres á las personas que allí se encontraban, pudiendo admirar todos
la riqueza y gusto con que todo está instalado y las obras valiosísimas que actualmente
se realizan, especialmente objetos de plata repujada, de un inestimable valor artístico.
(...)
La respetable madre del Sr. Granda, las hermanas de este gran artista y varias señoritas hicieron los honores á los invitados, sirviéndoles en el jardín de la casa un suculento lunch y una riquísima sidra champagne."

La custodia que diseñó D. Félix Granda para la Adoración Nocturna era de una belleza, riqueza y novedad excepcional, que incorporaba en su diseño ecléctico elementos de estilo modernista. Estaba ubicada sobre un trono o expositor, también ricamente decorado. Se encontraba cargada de significados iconográficos, a veces de gran complejidad, que resulta sin embargo fácil descifrar gracias a haberse editado en su día un folleto en el que se recogía la carta explicativa del diseño que don Félix Granda envió al Sr. Maldonado. Diría Granda en este texto:
"Ha querido la Adoración Nocturna que con todas las ofertas, ricas y pobres, hiciese un trono para Cristo que fuese humilde obsequio de su amor; por lo tanto, en mi composición es un solo objeto el trono y la Custodia; deplata y piedras preciosas aquél, y ésta, como sitio que está más cerca de Él, como escabel de sus pies, de oro más finamente labrado y de más ricas piedras. 
En el pedestal, como sitio más apartado, los recuerdos del Antiguo Testamento, y la alusión a la Adoración Nocturna.
En la Custodia, el Nuevo Testamento."
 En la base de la custodia, formando el que quizá sea el elemento más excepcional de la composición, se distribuyen en tres gradas los veinticuatro Ancianos del Apocalipsis, que postrados, arrodillados y en pie ofrecen respectivamente las riquezas y el poder, simbolizados por coronas, las ciencias y las artes, simbolizadas por cítaras y las oraciones, representadas por pebeteros llenos de incienso. Las volutas de humo que surgen de los pebeteros ascienden hacia el viril conformando el fuste de la custodia, atraviesan una esfera estrellada (el orbe del universo) y rompen en una gran nube sobre la que un coro de ángeles y querubines conforman el arranque de la cabeza de la pieza, dispuestos simétricamente respecto al trono del Cordero. "Representamos en nuestra Custodia - dice Granda - los mundos como pedestal; los ángeles y querubes sostienen su trono y en su alrededor las nebulosas y las estrellas brillan y se mueven con movimiento elíptico; son los astros que su amor forma y sostiene su poder."

El viril, como ocurre en otras piezas de Granda, se halla rodeado de brillantes y perlas como imagen de la luz, símbolo de la Fe. En torno a ellos, un círculo de esmeraldas, cuyo significado por su color afirma Granda ser "que la misericordia de Cristo no envejece, sino que siempre es nuevo su amor y que los que esperan en Él no serán confundidos." La colocación de esmeraldas en torno al viril es también frecuente en Granda, si bien otras veces refiere que representan el arco de luz verde que rodea el trono en el Apocalipsis. Por último, un tercer arco de rubíes y granates simbolizan por su color rojo la Caridad. La custodia estaba finalmente coronada por una cruz patada de brillantes sobre un círculo de filigrana y rubíes. Bajo ella, el pelícano, símbolo de Cristo, alimenta a sus crías con su propia carne. Cinco piedras engastadas, posiblemente rubíes, representaban las gotas de sangre.

El modelo, con variaciones, fue repetido por Granda en otras piezas.

Custodia para la Adoración Nocturna de Madrid (1914). Detalle del pelícano y cruz que ciman la pieza. Talleres de Arte - Director Félix Granda. Archivo Fundación Félix Granda.

--------------------
Bibliografía:
- "La custodia de la Adoración Nocturna de Madrid", El siglo futuro, año VIII, nº 2.902, 6 de julio de 1914, p. 2. Enlace al ejemplar en la Hemeroteca Nacional.

- GRANDA Y BUYLLA, Félix, Pbro., Custodia para la Adoración Nocturna, Talleres de Arte, Paseo Izquierdo del Hipódromo, Madrid, 1915.

jueves, 22 de mayo de 2014

"Eucharistia", la nueva exposición de Las Edades del Hombre, cierra la muestra una gran pieza de D. Félix Granda

En boca del comisario de la exposición, D. Juan Álvarez Quevedo, gran amigo de la FUNDACIÓN FÉLIX GRANDA, "ésta es una catequesis sobre el principal de los sacramentos de la fe católica»

La muestra se divide en cuatro capítulos, como nos cuenta el Propio D. Juan en el video promocional para prensa: se basa en un recorrido por la historia de la eucaristía: su surgimiento como cena festiva y pascual, la idea de sacrificio y entrega (reflejado en figuras como la de Abraham y su hijo Issac o el maná del desierto), la institución de la misma por Jesucristo y las dimensiones esenciales que abarcan la celebración, el compromiso y la presencia real del cuerpo de Cristo.

La exposición se desarrollará en la capital de la Ribera en el quinto centenario de la conclusión de la fachada –de estilo gótico isabelino– de la iglesia de Santa María, que será sede de la muestra junto con la de San Juan, a escasos 100 metros, hasta el 10 de noviembre, cuando termine esta edición.

Desde la Fundación Félix Granda deseamos agradecer también a D. Juan Álvarez que haya querido cerrar la muestra con una pieza clave, el expositor y custodia realizada por D. FELIX GRANDA en 1928 y que de forma habitual corona las salas del Museo de la Catedral de Burgos.

Vídeo del pase de prensa previo a la inauguración

viernes, 25 de abril de 2014

Juan Pablo II, el Papa de la cultura

S. S. Juan Pablo II en el estadio Santiago Bernabeu durante su primera visita apostólica a España en 1982. Tras el Papa, la escultura "Virgen de la Sabiduría", de la artista Hortensia Núñez - Ladevèze (Vice-Presidenta de nuestra Fundación). Juan Pablo II rodeo varias veces la imagen, admirándola complacido.

El siglo XX, escenario de tantas modificaciones que ha dado en llamarse el “siglo de los cambios”, no fue menos en el ámbito del arte y de la cultura. Como en tantas otras áreas, los cambios en este sentido habían nacido en el siglo XIX, en que el hombre comienza a tomar conciencia de la importancia del Patrimonio Artístico que sus antecesores crearon, pero es en el XX cuando se precipitan decisivamente. Después de una devastadora II Guerra Mundial en que el odio al diferente tuvo un gran peso específico, y como antídoto a los totalitarismos que borraban la cultura propia del individuo como método para borrar la esencia de su humanidad, se llegó a la reflexión de que precisamente la cultura era el camino para el encuentro y el entendimiento. No quedaba, en realidad, lejos de lo que Dostoievski había resumido admirablemente en la célebre frase de El Idiota: “la Belleza salvará al mundo”. Una frase que tiene que ver, y mucho, con la revolución (o mejor dicho, evolución) que Juan Pablo II introdujo en el concepto de arte y cultura en el seno de la Iglesia.

La formulación, o el descubrimiento, de esa forma de ver el arte y la cultura transformó también el modo de aproximarse a ellas. Es más fácil comprender este cambio de mentalidad ante el Patrimonio cuando se piensa en la evolución de los términos que usamos para hablar de él. Mientras que en el siglo XIX se hablaba de “tesoros” y “monumentos”, ponderando su calidad artística  o técnica de forma acorde con la idea del “progreso de las civilizaciones”, el pasado siglo ve nacer el más amplio concepto de “bienes culturales”. Poco a poco deja de hablarse de “Patrimonio Histórico Artístico” para hablar de “Patrimonio Cultural”, un término que va más allá de los valores estéticos y meramente materiales de los objetos. Comienzan a valorarse otros aspectos que antes pasaban desapercibidos, e incluso se da nombre a lo invisible: “Patrimonio Intangible”. Valores invisibles, sí, pero que, más allá de las formas, constituyen la esencia de la Cultura. En la esfera de lo práctico, todo ello ha ido derivando en una mejor divulgación de nuestro Patrimonio, que resulta vital para su conservación.

Juan Pablo II fue el principal artífice de esta actualización de la perspectiva ante el arte y la cultura en el seno de la Iglesia. En el caso del Catolicismo, los cambios que trajo consigo el siglo cristalizaron en el Concilio Vaticano II, que ha marcado la hoja de ruta de la necesaria renovación de la Iglesia en nuestro tiempo. En torno a la cuestión que nos ocupa, el Concilio había subrayado la importancia de la cultura en el pleno desarrollo del hombre, así como el vínculo indisoluble establecido entre la fe y el arte a través de la Verdad. El trabajo de todos los santos pontífices posteriores ha sido, en gran medida, implantar las directrices establecidas por los padres conciliares, y en ese sentido Pablo VI dió los primeros pasos, pero fue Juan Pablo II quien verdaderamente emprendió las acciones para abordar un enfoque más adecuado ante la cultura.

En realidad, no se trataba de realizar cambios, sino de redescubrir el sentido que había tenido desde siempre el arte y la cultura para la Iglesia y de formularlo de manera clara y concisa. En su aproximación al tema, Juan Pablo II se apoyó en la explicación de cómo la cultura es inherente al hombre y necesaria para su pleno desarrollo, y cómo el mensaje del Evangelio, que está destinado a todos los hombres, penetra con naturalidad en cada una de las culturas que éstos desarrollan. Ese elemento trascendente es el denominador común de las culturas, como el Pontífice exponía en su encíclica Veritatis Splendor (1993): “No se puede negar que el hombre existe siempre en una cultura concreta, pero tampoco se puede negar que el hombre no se agota en esta misma cultura. (...) El progreso mismo de las culturas demuestra que en el hombre existe algo que las transciende. Este algo es precisamente la naturaleza del hombre: precisamente esta naturaleza es la medida de la cultura y es la condición para que el hombre no sea prisionero de ninguna de sus culturas, sino que defienda su dignidad personal viviendo de acuerdo con la verdad profunda de su ser”.

Con este pensamiento, Juan Pablo II sentó las bases del concepto de “inculturación”. De forma paralela al cambio en el ámbito civil desde el concepto de “tesoro artístico” al de “bien cultural”, que había permitido la consideración de expresiones artístico-culturales antes denostadas, la inculturación supone la dignificación de todas las culturas, en cuanto expresiones del modo en que la humanidad entiende el mundo que la rodea. En otras palabras, destaca la dignidad del hombre dentro de su propia cultura, en cuyo marco, por distinto que sea del resto de culturas, está llamado a la fe. Si el hombre no puede desarrollarse completamente sin la cultura, no puede tampoco vivir la fe disociada de dicha cultura. Diría el Santo Padre: “la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe... Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida”[1].

La cultura, el arte en todas sus expresiones, están impregnadas, guiadas en último término, por una búsqueda trascendental. Son, en definitiva, las formas en las que el hombre se enfrenta a las preguntas y realidades últimas de su existencia, y por ello convergen en puntos comunes. Juan Pablo II destacó cómo las artes buscan e interpretan el destello de la Verdad, y cómo por esta causa fe y arte son inseparables. Por eso, no olvidó en su enseñanza a quienes nos hacen asequible la Belleza, dirigiéndoles su Carta a los artistas en 2003, en la que recogía estas palabras: “Para transmitir el mensaje que Cristo le ha confiado, la Iglesia tiene necesidad del arte. En efecto, debe hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu, de lo invisible, de Dios. (...) El arte posee esa capacidad peculiar de reflejar uno u otro aspecto del mensaje, traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto, sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente y de su halo de misterio”.

Toda idea necesita también materializarse en acciones concretas para dar fruto, y así, Juan Pablo II abordó cuestiones más pragmáticas no sólo en el ámbito de la inculturación, sino de la propia gestión de los bienes culturales de la Iglesia. En 1982 creaba el Consejo Pontificio para la Cultura, con una carta en la que manifestaba que “ya desde el comienzo de mi pontificado, vengo pensando que el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es un campo vital, donde se juega el destino del mundo en este ocaso del siglo XX”.

En 1993 crea también la Pontificia Comisión de los Bienes Culturales de la Iglesia (actualmente integrada en el Consejo Pontificio de la Cultura), cuya labor de reflexión en torno a la función de los museos eclesiásticos y de la naturaleza de los bienes culturales de la Iglesia han asentado las bases para iniciar el tratamiento museológico moderno de los objetos de culto. En sus directrices para los museos eclesiásticos, la Pontificia Comisión introducía un cambio en la concepción del objeto artístico, anteponiendo sus valores intrínsecos o intangibles a su belleza o perfección técnica. Desde este punto de vista, se señalaba cómo el objeto de culto, incluso el que no era de gran calidad artística, era testimonio vivo de la comunidad cristiana que lo había creado y memoria histórica del camino de la fe.  

El camino por recorrer en el diálogo entre la Iglesia y el arte, y en la práctica de la gestión de sus bienes culturales, es aún hoy largo y difícil, pero el estrato conformado por Juan Pablo II nos ha legado un mástil firme al que aferrarnos. Hoy, sus sabias palabras siguen alentándonos para encontrar el entusiasmo con que seguir avanzando, sin perder de referencia en nuestra búsqueda su verdadero sentido. Y es que “el amor es como una gran fuerza escondida en el corazón de las culturas, para estimularlas a superar su finitud irremediable, abriéndose a Aquel que es su Fuente y su Término, y para enriquecerlas de plenitud, cuando se abren a su gracia” (Juan Pablo II, carta autógrafa para la institución del Consejo Pontificio para la Cultura, 1982).




[1] 16 de enero de 1982 (Discurso a los participantes en el congreso nacional de Movimiento eclesial de compromiso cultural).

viernes, 4 de abril de 2014

El retablo Jesuita de Ciudad Real

Retablo de los padres Jesuitas de Ciudad Real. Talleres de Arte - Director Félix Granda. Archivo Fundación Félix Granda.
La pasada semana se ha publicado un interesante artículo, escrito por el investigador don Francisco Blanco, concerniente a la iglesia Jesuita de Ciudad Real, cuyo retablo realizaron don Félix Granda y Buylla y sus Talleres de Arte en 1943, tras la destrucción del existente en el templo durante la Guerra Civil.

El retablo guarda estrechas semejanzas con otros realizados por Félix Granda para la Compañía de Jesús, cuyo diseño debió de gozar de bastante éxito. Se conocen hasta la fecha tres retablos que emplean estos modelos, ubicado uno en Montilla y el otro, que fue el primero en realizarse, en La Habana (Cuba). Los modelos para las tallas de madera fueron realizados por el escultor don José Capuz Mamano (1884 - 1964), que durante años fue Maestro de escultura en los Talleres de Arte de don Félix Granda. Las imágenes que comparten los tres retablos muestran a los santos de la Orden.

El retablo de La Habana que sirve, en las esculturas, de modelo al de Ciudad Real, fue realizado en 1922 para la iglesia del Sagrado Corazón, ubicada en la calle Reina de esa ciudad. Por su arquitectura neogótica, singular en La Habana, es hoy uno de los edificios emblemáticos del barrio en que se enclava. La gran calidad de la obra fue tan valorada ya en la época que recibió la consideración de obra artística, eliminando los cargos arancelarios obligatorios para la entrada de mercancía en el país.
El artículo de don Francisco Blanco, que se centra especialmente en la imagen del Cristo de la Salud que se conserva en la citada iglesia Jesuita de Ciudad Real, puede leerse en este enlace: http://www.miciudadreal.es/2014/03/25/el-cristo-de-la-salud-de-ciudad-real